domingo, 10 de marzo de 2024

Irrisorio grito


      Laburo entre susurros,

esperando un “qué”,

              albergando un “cuando”

y respondiendo un “quién”.


¿Quién soy yo?

              ¿Quién sos vos?

¿Qué nos une y 

     nos separa?


              ¿Cuándo fuimos?

¿Cuándo callamos el grito

de lo que vimos?









Schmutz

domingo, 28 de enero de 2024

Una crítica de un crítico

 Se suele decir que el ser humano acude a las críticas para sentirse mejor. He aquí Una crítica de un crítico.


Criticaría a la luna por no brillar tanto en las ennegrecidas noches de melancolía. A estas manos torpes, por no palpar el baile de los cándidos astros. A las oscuras golondrinas, por velar su belleza en las alturas.   Al cielo, por no batallar el cendal de nubes que su color oculta. A las primorosas florecillas amarillas, por crecer en tan lontananza. Al galope del portentoso cierzo, que a sus anchas acaricia sus sienes de malicia.






Schmutz.

viernes, 26 de enero de 2024

Borrador inocuo

Tan vil será mi causa que cuando para ti sean las ocho, para mí serán las siete. Oiré el casi imperceptible traqueteo de la carreta que tú arrastras y, entonces, me daré la vuelta. Batallará el aire por frenar la dulce acanelada fragancia con la que me solías acariciar.

¿Fue la porcelana de tu rostro o tal vez el angosto entre nosotros, lo que hizo de lo lento un rápido esbozo?

martes, 23 de enero de 2024

«Habré esto» y «habré lo otro»

Viento al este, Barcelona
En un día de invierno, a 23 de enero de 2024
Calle de las agonías

Siento que no siento entre momentos un lamento.

Habré dejado miles de versos y cientos de prosas en el tintero, habré perforado tantas cuartillas con la tinta. Habré guardado nuestras fotografías como oro en paño y como paño en oro. Habré de ser yo quien sufra si no es a tu vera. Le habré dado tantos sermones al cielo sobre ti que hastiado ha de estar. Habrá de caer la noche para que la almohada no sea barrera, sino frontera. Habré de oír la noche inmensa y las estrellas estremecerla.  Habré de vivir aterrado con la ridícula idea de no volverte a ver. 

Puede que al final sí que tuvieras razón y acabase escribiendo todo un poemario sobre ti, aunque no como yo hubiera querido. «Habré esto» y «habré lo otro», mas, sabe Dios cuando tú «habrás».

Siento que no siento entre momentos un lamento.


Tuyo, 

E.

miércoles, 17 de enero de 2024

Entre los tamariscos I

Estimado lector, el día de hoy le vengo a compartir un relato que he tenido en la cabeza durante las últimas horas, puede que lo continúe, pues no me disgusta. Como ya le he adelantado, está por acabar, ambos sabemos que si bien este es un fragmento, la continuación será de igual o mayor medida - vaya, ocupando más de lo que me esperaba.


Entre los tamariscos I

Ya era costumbre verla a través de la cristalera; lunes, martes, miércoles, … siempre estaba allí. Se posaba entre los sonrosados tamariscos del jardín y no movía un solo dedo desde el amanecer hasta el ocaso del Sol. Aquella silueta disfrazada de arlequín traía siempre consigo una carreta sobre la que arrastraba un añoso saco con un cordoncillo. Llegué a preguntarme si, en calidad de arlequín, estaba destinada a entretenerme - ¡me preguntaba sandeces! 

Fueron muchos los días en los que solo pisaba el suelo de casa, me refugiaba por miedo a que aquel, qué sé yo, fuera el portador de mis postreras horas. Mas, un día me digné a salir - ya no había nada por lo que luchar - aquella cosa se había adueñado de la escasa cordura que me quedaba.

Corrí tras aquella silueta que con desasosiego aceleraba, hasta que se paró en seco y se quedó inerte. Pude observarla durante un breve instante - esta vez, portaba una gabardina y su cuerpo parecía más bien lánguido. Traté de acercarme y apoyar la palma de mi mano sobre su hombro derecho, pero fue en vano y no llegué a tocarlo. Aquel cuerpo se desvaneció en frente de mí, dejando caer sus ásperas prendas por el suelo y lo poco que quedaba de él; sus cenizas, sobre la punta de mis zapatos. Noté que, durante unos segundos, mis zapatos resplandecían a más no poder, maquillaban un cándido color. Ni siquiera habiendo sido un veterano prisionero de esta vida había visto algo similar.

Ya van tres este mes, del total, ya habré perdido la cuenta. Vienen y se posan allí, entre los tamariscos, esperando a que alguien les devuelva la mirada.



Schmutz.

lunes, 15 de enero de 2024

Recelosas las flores

Caería, caería una y mil veces a sus pies. A los pies de aquel hermoso rostro que hasta a las flores dejaba recelosas. Aquellos finos labios que se abrían de noche y se cerraban de día, bajo los que se ocultaba una sonrisa agraciada de la que mis ojos no se despegaban. Era tal el brillo de sus diminutas perlas que llegaba a cegarme. Mas, no importaba, prefería cegarme si era a su vera. Cual la punta de un pincel, así era su piel, piel de la que yo era conocedor. Tal era su vehemencia, que a uno se le contagiaba.

Mire a donde mire, solo soy capaz de ver un encapotado cielo, la roja lluvia parece no cesar. Conservo esa imagen en mi cabeza, la de la lluvia y, también, conservo sus fotos y, aquel «te amo» escrito tras ellas. Aunque, a día de hoy, no soy capaz de verlas, puede que se queden por mucho en aquel grueso y anaranjado sobre. Si tan solo le hubieran conocido, ustedes, comprenderían la razón de mis sollozos.

Las manecillas del reloj marcan las doce, siempre lo han hecho, pero esta vez es genuinamente diferente. Mil y una noches no bastarán, una y mil noches, tal vez.


martes, 9 de enero de 2024

Desesperación inocua

Decía Camus, que el individuo absurdo cambiaba de perspectiva poco después de llegar a la cúspide de la desesperación. ¿Realmente es así?

No hay que darle mucho al coco para ser conocedor de la respuesta. No conozco individuo que no se vea afectado por la desesperación y, consecuentemente, por un repentino afán por el cambio. «El cambio» - ¡qué término tan horroroso! Esa palabra que a tantos asusta y cuyo miedo prolifera. Mas, usted, querido lector, no tiene por qué temerle al cambio - no sea retrógrada.

Claro está que en el estado de desesperación, el cambio es algo inherente, mas, hay que poner los pies en tierra y no beber los vientos por algo inalcanzable. 

Como de costumbre, le explicaré brevemente mi caso. Un servidor fue, es y, probablemente, será, para bien o para mal, víctima de esa osada cúspide de la desesperación. 

1. Verá, soy una persona suspicaz y quizá esa sea la razón de involucrarme poco socialmente a fin de mermar el círculo de amigos a lo esencial. Aunque en la mayoría de veces hacer esto ofrece numerosos alicientes, también hay veces en las que uno es partícipe de la inexorable soledad. Es el miedo a no poder vivir con plenitud por el mero hecho de sentirse solo (o mal acompañado) lo que llama a la desesperación.

2. Del mismo modo que la suspicacia forma parte de mí, un peculiar afán por, como bien diría Aristóteles, actualizar mis potencias para llegar a la versión más plausible es innato en mí.

3. La decepción, la traición, o cualquier sentimiento del mismo calibre han sido siempre en mí algunos de los motores del cambio.

Con estos tres generadores de desesperación, o más bien motores del cambio, y alguna que otra malaventura, he llegado al estado en que me encuentro a día de hoy. Usted, sin duda, tendrá los suyos también.

En fin, tras escribir estas líneas, el abismo de la indiferencia se apodera de un servidor.




Schmutz.