Tan vil será mi causa que cuando para ti sean las ocho, para mí serán las siete. Oiré el casi imperceptible traqueteo de la carreta que tú arrastras y, entonces, me daré la vuelta. Batallará el aire por frenar la dulce acanelada fragancia con la que me solías acariciar.
¿Fue la porcelana de tu rostro o tal vez el angosto entre nosotros, lo que hizo de lo lento un rápido esbozo?
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